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Gabriela Golder



Letters | Cartas, 2018
A 2-channel video installation

A group of children, between 8 and 12 years old, read letters written from several prisons around the country or from exile or hiding during the last military dictatorship (1976-1983), but also from the years leading up to it. There are letters by and for children, to parents, from parents, from grandparents, from aunts and uncles. Letters that tell of life in prison or in exile, that tell of raids, kidnappings, and shootings. At the same time, they tell of daily life under the dictatorship, inside and outside, of how to maintain affective ties, how to keep going on, how to share stories of love, fear, pain, death, exile, children, and survival. History is temporal, personal, public, and shared at the same time. It survives each listener’s interpretative process and endures each new telling. Memories function as both reconstructions of the past and reflections on the relationship between past and present.
A polyphony. A sea of words and voices, a constant flow, a thread, a bridge, a possibility. A plot that weaves words and creates worlds.

The letters are read chronologically, the first from 1975, the last from 1982. The succession creates new dialogues; senders, receivers, questions and answers expressed randomly, constructing a space of infinite imaginary intersections.
The years pass, the children that the letters were written to have grown, a child who was 4 years old when their mother was arrested, is now five, then six, and so on. The years pass, incarceration continues, there is hope that suddenly everything will change but it doesn’t, more waiting, desperation, life inside, life outside, life through pain, death. Parents, friends, children. The words give an inkling of the immense care taken not to cause concern for those outside, an effort to transmit hope and advice on how to survive.
The voices multiply and create new spaces. The words that are present, the bodies that are absent. New bodies give life to the words. Voices find souls and fill spaces. The children finish reading and look out at those watching with pained and pleading eyes.

Videoinstalación de 2 canales.

Un grupo de niños, de entre 8 y 12 años lee cartas escritas desde diversas cárceles del país, el exilio o la clandestinidad durante los años de la última dictadura militar (1976-1983), pero también de los años precedentes. Las hay de chicos y para chicos, a padres, de padres, de abuelos, de tíos. Cartas en la que se relata el modo de vida en la cárcel y en el exilio, que cuentan allanamientos, secuestros y fusilamientos. Al mismo tiempo, hablan sobre la cotidianidad de la vida bajo la dictadura, adentro y afuera, sobre los modos en los que se sostenían los vínculos afectivos, los modos de hacer, de contar, sobre el amor, el miedo, el dolor, la muerte, el exilio, los hijos, sobre las estrategias de la supervivencia.
La historia es a la vez temporal y personal, pública y comunitaria. Persiste a través del proceso interpretativo del oyente y a través de cada nuevo relato. Las lecturas funcionan como reconstrucciones de un pasado y como reflexiones sobre la relación entre pasado y presente.
Una polifonía. Un mar de palabras y voces, un flujo constante, un hilo, un puente, una posibilidad. La constitución de una trama que teje palabras y crea mundos.
Las cartas se leen cronológicamente, la primera es de 1975, la última de 1982. La sucesión de lecturas genera nuevos diálogos; los emisarios, los destinatarios, las preguntas y las respuestas se articulan azarosamente, componiendo un espacio infinito de cruces imaginarios.
El paso de los años, las cartas dirigidas a niños que crecían, que tenían cuatro años cuando detuvieron a su madre, y luego cinco, y luego seis, y así. El paso del tiempo en el encierro, la ilusión de que pronto todo cambiará y luego no, la espera, la desesperación, la vida adentro, la vida afuera, la vida a pesar del dolor, de la muerte. Los padres, los compañeros, los hijos. Las palabras dan cuenta del inmenso esfuerzo por no trasmitir la angustia a los de afuera, sino la esperanza y los modos de sobrevivir.
Las voces se reproducen creando nuevos espacios. Las palabras presentes, los cuerpos ausentes. Nuevos cuerpos dan vida a las palabras. Las voces encuentran las almas y llenan los espacios. Los niños finalizan la lectura y miran al que los mira y esa mirada interpela y duele.