Estas fotografías de Buenos Aires aquí presentes son ejemplos representativos de mi trabajo sobre la ciudad en los años ochenta y noventa, época en que fotografiaba los barrios con una doble convicción, la de estar rescatando y de ese modo preservando para siempre ciertos lugares o situaciones importantes para nuestra arqueología urbana, y la de estar en busca –a través de la imagen- de una clave íntima de la esencia porteña. Estos trabajos fueron publicados en dos libros, Estampas Porteñas (edición propia, de 1996) y Buenos Aires: Coppola + Zuviría, junto con Horacio Coppola (Ediciones Lariviére, 2006).
Esas fotografías de barrios, calles, vidrieras, arquitecturas y ciertas modestas diferencias de Buenos Aires fueron tomadas a lo largo de dos décadas siguiendo, en muchas ocasiones, itinerarios barriales que respondían a un plan de rescate supuestamente organizado para configurar una suerte de archivo fotográfico de la ciudad, y en otros casos planes que simplemente surgieron de mis propias obsesiones. Las imágenes se fueron decantando y agrupando por sí mismas en ídolos, maniquíes, peluquerías, fachadas, imágenes negras de un Buenos Aires avieso, vistas céntricas con peatones cruzando la escena, detalles casi abstractos en los que creí percibir algún rasgo que pudiese ser definitorio de esta, mi ciudad.
Recorría entonces la ciudad con el afán de atrapar un tiempo que se estaba desvaneciendo, algo que ya entonces parecía anclado en el pasado, y lo hice con la ilusión de preservar algo que ya no iba a volver a ver; también busqué en cada escena que encuadraba una poética que me remitiera a su esencia y mi propia identidad ciudadana. Creo que intenté retratar el alma porteña más que documentar la ciudad.
La serie Siesta Argentina (Ediciones Lariviere, 2003) surge de un modo muy diferente. Me propuse entonces retratar la crisis que estábamos viviendo (era el año 2001) en las fachadas simétricas de 8,66 metros de aquellos pequeños negocios de barrio que iban cerrando, uno a uno, como consecuencia directa de la hecatombe económica que arrasaba el país, y que conformaban una tipología característica de Buenos Aires. En esos frentes metálicos cubiertos de inscripciones y de tiempo se encuentran huellas de aquellos días aciagos, rastros que escriben su poesía anónima sobre nosotros mismos.
Lucas Fragasso, en el texto publicado en ese libro, dijo: “La amenaza, que como una inmensa sombra se abatió sobre muchos y oprime a los otros, emerge paulatinamente de las imágenes de la siesta argentina. Esta inmensa sombra que los obligó a cerrar las persianas y que permanece vigilante, asediándolos, es la que transformó de un modo inédito la fisonomía de la ciudad. Pero, cómo es posible que, intempestivamente, la crisis económico social más violenta y devastadora que hemos sufrido aparezca a través de la extraña belleza de las imágenes fotográficas?”
Y prosigue: “De las imágenes de la siesta surge una ciudad semidormida y, paulatinamente, ellas configuran una experiencia común, nuestro propio espacio de experiencias. Por eso estas fotos son, al mismo tiempo, hechos sociales e imágenes de arte. Documentos, por la necesidad del procedimiento tecnológico; objetos estéticos, por el modo en que involucran nuestra mirada y permiten divisar lo invisible.”
Estas dos series, las Estampas Porteñas y las imágenes de la Siesta, representan mi propia mirada sobre Buenos Aires en dos contextos muy diferentes: el del descubrimiento de la ciudad que volvía a la democracia, y posteriormente el de la búsqueda de un ancla poética en el tembladeral de la crisis que todos sentimos, en ese momento, terminal. En ambas series la mirada oscila entre el afán documental y la búsqueda de un lenguaje propio.
Buenos Aires, julio de 2010