LA FOTOGRAFÍA COMO EXPERIENCIA DE LO COMÚN
“…cuanto más profunda sea la lejanía que una mirada tendrá que superar, más fuerte será el encantamiento que emana de ella”
Walter Benjamin
Como practica social, la fotografía no se agota en la imagen. Hay un antes, un después y un durante. Toda una secuencia de gestos y pactos que, confun- diendo los límites entre objeto y sujeto, componen un horizonte de sucesos. Para algunos, una micro-versión de la muerte, un paréntesis, una ciencia de fantasmas que abre diversos usos del tiempo, disponiendo además una perspectiva de las cosas y un relato posible.
Exposición en tiempo real, desde su mismo título, propone un movimiento de fuga. A contrapelo, este proyecto comporta una manera de entender y practicar la fotografía por fuera del producto terminado, es decir, por fuera de sus usos comerciales más frecuentes. Pensar los procedimientos técnicos en un campo expandido, dentro un sistema de circulación más amplio: una vitalidad de agentes naturales y artificiales, humanos y no-humanos. Incluso aquellos actores que normalmente no percibimos por abstractos o invisibles, pero que tiene una participación directa en el proceso. Pienso, por ejemplo, en los químicos y las lentes o, de forma más incognoscible, en la vida de una imagen. Con todo, del lado del espectador, esta exposición no sólo se visita. Se participa mientras actúan un sinfín de realidades de distinta naturaleza. La fotografía como coreografía: red de afectos y efectos: esto es, cuando la tecno- logía es comprendida no como un gadget sino como un dispositivo complejo inserto en un sistema de procedimientos y disciplinas que dan forma a lo político. O lo que es lo mismo: cómo Vivian Galban, en esta ocasión más inductora y cómplice que autora, empuja el lenguaje fotográfico a un campo de agencia colectiva, a un hacer en común, que hace foco en la idea de performatividad.
Unas concisas instrucciones sobre el muro reciben al espectador. Aunque desde el exterior de la galería ya puede verse la cámara obscura de madera proyectada por Galban. De madera, sus dimensiones y su escala, superior a la humana, hacen pensar en una instalación, un environment o, como diría Joseph Beuys, una escultura social: un marco societario donde convergen pensamiento, acción y objetos. De manera escueta, en modo demostrativo, el texto incita a resistir el tiempo de exposición y dejar la huella de cada visita. Sostener la presencia, ahora que casi no contamos con tiempo para descansar. Experimentar de nuevo una cierta quietud, lentificarse, como hoy reivindican diversos colectivos que abogan por una slow life, más sana, menos patológica. Vivan Galban concibe su trabajo como un ida y vuelta de la fotografía, del lado de una serie de movimientos y agentes que no pueden faltar en una perfor- mance. Espacio, tiempo y cuerpo: aquello que Walter Benjamin llamó aura: no una cualidad, más bien un nudo o una red que nos envuelve al contacto con la obra de arte. Porque por aura, además de cuestiones que abordan la ya agotada discusión entre original, simulacro y copia, podemos entender una cierta capacidad de afecto, casi trascendental, un momentum. El instante mágico de un encuentro, cuando la cosa puede devenir otra. Ahora bien ¿qué sería lo que se transforma en Expsición en tiempo real? ¿Es la realidad que ve como se desprende una imagen de su piel? ¿Es el transcurrir del tiempo que, de repente, se ve desafiado? ¿O se trata de algo que acontece tanto a nivel molecular, por partida doble, en nuestro propio cuerpo y en el espacio de exposi- ción?
Hay, además, otro factor que habilita el pensar este proyecto como una escultura social o, directamente, como una performance. Algo ciertamente inusual en el contexto de una galería como Rolf, dedicada a la exposición y contemplación de fotografía contemporánea. Me refiero a cómo en este caso la artista pone el cuerpo, una frase convertida en eslogan por ciertas lecturas del pensamiento y la filosofía más actual. No en vano, más allá de cómo todo autor se camufla detrás de su obra, Vivian Galban toma parte activa de la red de entidades que dan cuerpo a Exposición en tiempo real. Es ella misma quien llevará a cabo el revelado de la imagen. En directo, en la propia sala de exposiciones, pero escondida dentro de la cámara oscura, que los visitantes son invitados a pasear como quien se adentra en un laberinto. Un lugar habitualmente vetado al público, que aquí abre sus puertas para que podamos atestiguar el volverse real de lo invisible. Imposible no volver atrás en el tiempo y pensar en aquellos pioneros que, hasta bien entrado el siglo XX, recorrían las rutas con sus camionetas-estudios. La fotografía como forma de vida nómada, como errancia, también en tanto que proceso a veces fallido, una veladura y una imagen latente. Un momento lejano que hoy sentimos con ternura, en paralelo a una cierta fascinación, casi fetichista, por las cámaras, la película y el revela- do analógico. Justo cuando la circulación y producción digital de imágenes parece amenazar la materialidad misma de nuestras vidas, esto es, cuando la reproductibilidad infinita y la posproducción proponen una nueva ontología visual.
Aunque a la vista de cómo las técnicas nobles se niegan a desaparecer, y no sólo de ciertas esferas de iniciados, tampoco hay razón para anunciar la muerte de la fotografía. Con todo, la tecnología, al margen de cómo Tacita Dean celebró la muerte del film de 16mm, es siempre acumulativa. Se metamorfosea por sustratos bifurcándose en soportes y modos de empleo distintos, donde perviven anacronías, querencias y deseos visuales anteriores incluso al nacimiento de la misma fotografía. De esta forma, la propuesta de Galbán no se reduce a un gesto nostálgico. Esta no es una reivindicación vintage de los procesos foto-químicos. O al menos los procesos foto-químicos no constituyen el centro de su proyecto. Lo interesante aquí es compartir, poner en común un tiempo y un espacio. Ya que se trata, más bien, de un llamado a comprender la imagen en su sentido vincular, como un vehículo para articular y poner en marcha una cierta circulación social y material. Una sinfonía como la que, en conjunto, compondrán las imágenes de los visitantes que se detengan delante de la cámara obscura de Galban, montadas a la pared de la galería según avanza una muestra que se mantiene viva hasta su mismo final. Por lo tanto, a lo sumo, podríamos hablar de cómo Exposición en tiempo real evidencia de qué manera toda fotografía entraña, esencialmente, un pasaje o un movimiento. Una danza que, como evidenciarán las diferencias entre cada imagen expuesta, es cada vez más difícil de contener.
Poco o nada queda, en ese sentido, de aquel famoso “detener el tiempo” o de la imagen “para la eternidad” que, supuestamente, constituía la magia y el encanto último de la fotografía. Los poderes de la alquimia apuntan en otra dirección. Más interesante, sin duda, es lo que propone una exposición que, superando el marco del arte relacional, se emparenta con algunos experimentos coreográficos propuestos por curadores como Raimundas Malasauskas, con sus lecturas expandidas de lo que puede un objeto artístico o una exposición. Visiones y sobre todo acciones que, como decíamos, superan el vínculo que estableciera Nicolas Borriueud entre espectador y obra, ampliado ahora a la capacidad de agencia y afecto de toda una red de entidades y perspecti- vas que operan al margen de activación alguna. Es, de alguna forma, una actualización de arte situacional propuesto por Michael Asher a finales de los años sesenta, más abierta a los misteriosos efectos del espacio que a la disciplina que impone el museo o la galería. Porque admitámoslo: no hay nada más ridículo y petulante que eso de activar muestras una vez han sido inauguradas, como si no estuviesen vivas sin la presencia de humanos, como si necesitasen de la mirada del espectador para existir. Así, sugiere Peter Pal Pelbart, a veces es cuestión de actuar y de dejarse actuar por y con los otros. Detenerse un momento. No hacer. Suspender nuestra voluntad para fundirnos con los otros en un espacio común, sin intención ni interés. En otras palabras: plantarse ante la cámara de Vivían Galban y confiar-se, para experimentar a la manera de un juego la visita a Exposición en tiempo real. Abandonarse, como quien se entrega a un acontecimiento de resonancias impredecibles.
Alfredo Aracil
Febrero 2019, Buenos Aires, Argentina